Apuntes sobre Combustión Espontánea Humana


Resulta paradójico que cuando los expertos se rompen la cabeza intentado resolver algo que de acuerdo con su amplia formación y experiencia no parece común, siempre surjan voces disonantes que desconociendo los datos y el estado de la investigación, resuelvan el caso desde su acomodado escritorio. A estos solo les hace falta una conexión a Internet y un buscador en el que teclear las palabras clave para solucionar el “misterio”, aunque a los “CSI” de verdad les lleve semanas, muchas veces meses, e incluso años dar con la solución, si es que esta finalmente llega.

Aplicando la televisiva expresión “CSI” al amplio abanico de profesionales que deben realizar tareas de investigación y peritaje en los asuntos más diversos nos podemos hacer una idea del alcance de tanta simplonería. Hace tiempo leí una cita de uno de los padres de la psicología moderna, que venía a decir algo así como que “es preferible opinar que pensar”. Internet da poco tiempo a pesar y muchas opciones para opinar, doctorando en apenas un par de horas y en todo tipo de ciencias y disciplinas a todo aquel que cuente con una ADSL y una mínima capacidad psicomotriz para teclear lo deseado. ¿A qué viene tan larga introducción? Es sencillo: hace unas semanas destapamos un presunto caso de Combustión Espontánea Humana ocurrido en Santa Úrsula, cuya investigación sigue abierta.

Ese caso abrió una puerta inesperada a otros incidentes NO RESUELTOS con un componente similar ocurridos en Tenerife, de los que hasta el momento nadie había querido, podido o simplemente interesado hablar, y cuyas investigaciones se fueron cerrando sistemáticamente con las hipótesis más probables formuladas desde la lógica, aunque no pocas veces resultaba “ilógico” aplicarlas ante la falta de evidencias que las refrendaran. Esa Caja de Pandora que apenas abrimos, ha hecho saltar de sus asientos a más de un googleofilo, que rápidamente ha tecleado Combustión Espontánea Humana topándose con los tópicos de siempre, los formulados por quienes defienden la extrañeza de los casos y los expuestos por aquellos que las reducen a causas banales.

Con esa información han preferido opinar en vez de pensar, lo que conduce casi sin remedio a adoptar una postura pedagógica y bastante condescendiente hacia quienes puedan haberse posicionado por resaltar lo “anómalo” o bien lo “normal”, según el caso. A todas estas, y permitiéndome abrir un breve paréntesis, con lo amplio que es el mundo, incluso el de google, y la ingente cantidad de hechos, libros, personajes y asuntos en general que hay, no deja de llamarme la atención que nuestro trabajo siga siendo fuente permanente de inspiración para otros, algo que podría elogiarme, serme indiferente o, como sucede en este caso, incomodarme transitoriamente por tener que dedicarle un tiempo a reflexionar sobre ello. Y es que las casualidades dejan de serlo cuando siguen un patrón convirtiéndose en significativas. Cerramos paréntesis.

A todas éstas ¿existe la Combustión Espontánea Humana? La realidad es que existe un buen puñado de casos bien documentados que sugieren la existencia de un fenómeno de combustión humana con elementos de alta extrañeza, empezando por el factor o elemento que desencadena el fuego y terminando por la singular manera en la que arden los cuerpos. La lógica nos dice que nada arde sin una causa, sin algo que lo desencadene, máxime tratándose de un cuerpo humano cuya estructura biológica y alto contenido en agua hacen necesaria temperaturas muy elevadas y tiempos de exposición prolongados. Por suerte para las víctimas, las estadísticas en los incendios se decantan mayoritariamente hacia la asfixia como causa principal de fallecimiento en los incendios de todo tipo, por lo que la agonía y dolor que ocasionaría la combustión de un cuerpo –explicable o no- se la ahorran la inmensa mayoría de las víctimas de incendio de todo el mundo.

¿Tenemos un perfil de las víctimas? A partir de los casos reportados de presunta combustión se ha elaborado un perfil provisional, insuficiente en todo caso al existir una importante casuística “sumergida” que no trasciende y que sería necesaria conocer para afinar en el retrato robot de las “víctimas”. Se suele destacar que se trata de personas solitarias, aletargadas por medicación, sedentarias o de movilidad reducida (lo que resulta práctico para justificar la ausencia de testigos o la consumación de la combustión sin indicios de haber intentado sofocarse) o que eran fumadoras, consumidoras habituales de alcohol, etc (lo que auxilia a los peritos en su intento de hallar un elementos desencadenante y un acelerante) Sin embargo, mal que nos pese, esas características o no son ciertas, o son genéricas o simplemente se intentan generalizar particularidades de cada caso  –que estén solos es circunstancial y no definitorio de una persona solitaria; los casos de personas fumadoras no son mayoría como demuestra el análisis de los casos; la ausencia de movilidad carece a priori de importancia a la hora de establecer las causas y se plantea como medio para entender la razón por la que no se encuentran en los escenarios indicios de “defensa” contra el fuego, algo que tal vez obedece a la presunción de que la muerte se produce por asfixia a partir de una pérdida de conciencia; lo del consumo de alcohol es una suposición tendenciosa que se descalifica por si misma, pero que explicamos para facilitarle la búsqueda a los amigos del google:

  • a) podría justificar una pérdida de conciencia, pero necesitaría estar apoyada en evidencias físicas que no existen, como por ejemplo botellas en el escenario,

  • b) como acelerante sobre las ropas y cuerpos sería detectado por los peritos, al igual que la gasolina o cualquier otro combustible químico u orgánico, y NO LO HA SIDO NUNCA,

  • c) solo un desconocimiento del metabolismo del alcohol ingerido o la falta de sentido común, podría hacer que alguien sugiriese que las personas bebidas o incluso las que tienen la desgracia de ser alcohólicas tienen tejidos más inflamables.

¿Y el efecto mecha? El socorrido efecto mecha –en el que la víctima se convierte en una especie de vela humana, consumiéndose poco a poco prendiendo a partir de una llama o foco que no tiene porque ser muy grande, es hasta la fecha el proceso ensayado experimentalmente que más parece haberse acercado al origen de la combustión. Sin embargo, el experimento queda bien en un documental del Discovery o de la BBC pero hace aguas en muchos aspectos, mostrándose insuficiente cuando no caricaturesco. En los experimentos quedó demostrado la necesidad de aplicar recurrentemente fuente de calor muy elevadas para activar la combustión, a pesar de lo cual los resultados obtenidos tampoco se equiparaban a los de los casos documentados.

Tal vez, eso sí, la explicación definitiva deba tener en cuenta el efecto mecha, pero los tiros actualmente parecen ir en otra dirección. Quienes apuntan al efecto mecha como causa con más interés en restarle misterio a las CEH que en explicarla, suelen hacer chiste y chascarrillo del asunto, vejando las “propuestas paranormales” e ignorando la abundancia de hipótesis científicas planteadas hasta la fecha, como si esa fuera la única manera de legitimar la hipótesis de la “mecha humana”. Un uso erróneo del “sentido común” y de la “lógica” conduce a sentencias del estilo “un cuerpo humano no puede arder por si solo, por lo tanto, no hay CEH reales”. En tiempos pasados se usaron también jocosamente razonamientos del estilo “en el cielo no hay piedras, por lo tanto no pueden caer”. La observación y la ciencia terminarían por poner en entredicho la fiabilidad de la “lógica”, sin necesidad de recurrir a planteamientos mágicos o a seres espaciales que lanzaban las rocas.

Las habilidades de los mentalistas permiten reproducir todo tipo de efectos presumiblemente paranormales, ¿damos por hecho que no existen o intentamos desentrañar los procesos que los desencadenan cuando no hay mentalistas de por medio? La tecnología digital aplicada al mundo audiovisual permite recrear cualquier escena o sonido que seamos capaces de imaginar, ¿descartamos todo documento fotográfico, de audio o vídeo que se nos presente como prueba de cualquier hecho, o hacemos un esfuerzo por verificar su autenticidad y los mecanismos que han conducido a su generación.

El Sol, nuestra estrella, no se sale de su órbita para bailar en una presunta aparición mariana. Las leyes de la física y la lógica nos lo indican. Sí 40.000 personas aseguran haber visto bailar el Sol, ¿hacemos chiste y chascarrillo de la experiencia de 40.000 personas porque tenemos claro que es imposible que fuese el Sol o tendremos interés en indagar en lo que vieron y plantear alternativas factibles? Lo primero sería opinar lo segundo pensar.

Pensar, en vez de opinar, nos lleva a exponer el planteamiento de quienes apuntan a un fenómeno metabólico como posible desencadenante. A fin de cuentas somos máquinas que funcionamos con la energía que extraemos de los alimentos y que almacenamos a nivel celular. Cada día descubrimos nuevos mecanismos biológicos y la investigación genética avanza a pasos agigantados abriéndonos un universo de posibilidades; la química orgánica podría esconder la clave, quien sabe sí combinada con el efecto mecha e incluso con propuestas ya desestimadas como las cargas electrostáticas o el magnetismo.

O simplemente podemos estar ante un puñado de casos mal investigados en los que se han dejado escapar datos concluyentes y resolutivos, casos que han sido reunidos arbitrariamente dando origen a un fenómeno o síndrome inexistente. Personalmente seguiremos dudando razonablemente en este fenómeno, pues consideramos que posicionarse hacia una postura u otra –creyente o escéptica- en estos momentos es más un acto de fe que de ciencia. En cuanto al caso de Santa Úrsula, sigue bajo secreto de sumario y no por ello tiene que haber un Mulder y Scully investigando.

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Fuente: José Gregorio González